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(Anna Ferrer participará en una charla, en el Real Club Mediterráneo, el próximo miércoles 19 de noviembre a las 20:00)

Desde mi llegada a la India me sentí como en casa y completamente dueña de mi destino. No tardé mucho tiempo en comprender que, si quería sentirme como una india más, no podía mantenerme indiferente a lo que allí ocurría con las mujeres. Entonces era una periodista joven, inquieta y con muchas ganas de aprender. Cuando entrevisté por primera vez a Vicente Ferrer descubrí a un hombre que no solo miraba de frente a los ojos de la pobreza, sino que la desafiaba.  Mientras contemplaba a este hombre de acción, entendí que la vida me estaba brindando una gran oportunidad. Sin pensarlo dos veces, lo dejé todo y me uní a él en su afán de acabar con las desigualdades en la India. Fue entonces cuando aprendí una de las lecciones más importantes que me ha dado la vida: la mayor virtud a la que puede aspirar el ser humano es la entrega a los demás. Nunca habrá justicia en el mundo mientras exista la pobreza extrema. Y en India, la justicia y la igualdad son conceptos ajenos al género femenino.

Después de 45 años en la India, y cuando miro al pasado, no puedo dejar de sorprenderme por los cambios conseguidos. Los primeros años, el trabajo con las comunidades y especialmente con las mujeres resultó muy triste; mucho más de lo que la gente pueda llegar a imaginarse. Las mujeres de las comunidades apenas se atrevían a hablar.  Por aquel entonces, la situación de los dálit también era extrema: se veían forzados a salir de noche para evitar que su sombra tocara a los miembros de castas altas. Allí estaban miles de seres humanos anónimos como si no existiesen, o mucho peor; como si se tratase de náufragos que no importaran a nadie. Vicente Ferrer, a su forma y en otro contexto, también forjó su suerte. Tenía una moral que no era dictada desde fuera ni desde arriba, sino nacida desde dentro. Eso le proporcionó una ventaja a la hora de entender y comprender a la humanidad y su realidad.

A pesar de todos los avances, aun hoy muchas mujeres dálit están sometidas a abusos sexuales, violencia física y mental, tráfico y abandono. La discriminación por casta oscurece la vida de todas las personas en la India. Pero lo hace con mayor fuerza hacia las mujeres dálit, las cuales se convierten en potenciales víctimas del efecto represivo de la discriminación por castas. Ante esta desafiante realidad, comprendimos que no tendríamos ninguna posibilidad de cambiar esta situación de exclusión y desigualdad, sino lo hacíamos de la mano de las mujeres. Ellas han sido durante las últimas décadas el verdadero motor de cambio en la India.

Actualmente, la India encabeza la lista de países con mayor proporción de pobreza extrema a nivel mundial. También tiene la tasa más alta de mortalidad infantil en el mundo, con 1,4 millones de niños y niñas que mueren antes de cumplir los cinco años. Casi 62 millones de ellos sufren desnutrición crónica y retraso del crecimiento antes de los 5 años. ¿Podéis llegar a imaginar como era aquel páramo desértico cuando empezamos con ellas a hablarles de sus derechos? Trabajar por el desarrollo no se limita solo a combatir la pobreza, sino también a concienciar a todas las personas de que deben involucrarse en su propio cambio.

Es fundamental para el futuro de la India que la salud de las mujeres sea una prioridad en la agenda internacional, que se promuevan la mejora de su bienestar físico y mental, y redunde en el de sus familias y comunidades. Esto significa que sean protagonistas y participantes activas en las redes sanitarias de sus comunidades, que se tome en cuenta sus intereses y necesidades para el acceso a una salud de calidad y calidez, que tengan autonomía para decidir sobre sus derechos sexuales y derechos reproductivos, y que tomen conciencia de la importancia que tiene para la comunidad su propia salud. Pues, invertir en su salud es invertir en el futuro.

Anna Ferrer

Presidenta de la Fundación Vicente Ferrer